La interculturalidad se ha convertido en una palabra que engloba lo políticamente correcto en temas culturales, su relación directa con la necesidad de construir sociedades donde coexistan las diversidades culturales hace que todo lo catalogado como intercultural no sea puesto en duda o cuestión. Esta situación conlleva a una conceptualización conflictiva, polifacética y diversa sobre esta palabra. Así también, pocas veces lo intercultural es parte de un tratamiento riguroso sobre lo que realmente implica en tanto prácticas e instituciones sociales, lo que paradójicamente termina en proyectos y políticas públicas incapaces de generar encuentros o diálogos interculturales al interior de la sociedad.

En su uso dominante, la interculturalidad, en sus viejas y nuevas versiones, no cuestiona si la matriz de cultura única capitalista, cada vez más globalizada y hegemónica, está habilitada y tiene las condiciones mínimas para dialogar, respetar y construir igualdad real. Por esa falta de posición crítica, frente a algo evidente para quien quiere ser fuerza productiva real, esta visión de la interculturalidad sirvió y sirve como cobertura y legitimación para desplegar proyectos neoliberales de inclusión subordinada de mayorías indígenas y de legitimación de los proyectos de supremacía absoluta del mercado e implementación de las llamadas “reformas estructurales” y las transformaciones profundas que inició el capital desde fines de los setentas a nivel global.

Sin embargo, no se debe dejar de lado que movimientos indígenas, afrodescendientes y grupos subalternizados a lo largo de la historia han ido desarrollando una serie de demandas e interpelaciones al carácter monocultural y monolingüe del Estado y la sociedad, en donde su diferencia cultural se convirtió en el elemento central de su cuestionamiento. Estas interpelaciones se encuentran en relación con el peso demográfico y político en cada país de lo indígena y sus movimientos sociales, por lo que es difícil encontrar figuras y estrategias únicas en la región, en todo caso existe un panorama amplio y complejo del accionar de los grupos subalternizados. Por lo tanto, la problemática de la intercultural –y la educación intercultural- se desarrolla en un amplio mapa de actores y acciones, en donde coexisten tensiones y contraposiciones permanentes.

De esta forma, el IIICAB plantea un uso crítico de la interculturalidad, en donde lo central no sea el “reconocimiento” o la “inclusión” de grupos subalternizados, en todo caso permita la construcción y promoción –en igualdad de condiciones- de nuevas instituciones que surjan de las multiplicidades de formas de organizar la vida, la política, lo social y la cultura, lo que sin duda implica una reconstrucción del Estado, la democracia y apertura a nuevas formas de relacionamiento social. Es por ello que asumir como práctica de investigación y acción la interculturalidad de resistencia (Tapia, 2010) o la interculturalidad crítica (Tubino, 2011) permite trabajar e identificar prácticas, reivindicaciones y movilizaciones de aquellos grupos que a lo largo de la historia han sido subalternizados, grupos que se han empapado de lógicas culturales del orden hegemónico, pero que han luchado por mantener lógicas de producción y reproducción de su cultura. Este tipo de trabajo lleva a visibilizar conflictos, formas de violencia, desencuentros y exclusiones sistemáticas sufridas por grupos que no son considerados miembros plenos de las sociedades y los estados nacionales; como también a identificar estrategias, prácticas y procesos de resistencia y transformación endógena de los diferentes grupos subalternizados en su constante relación con la estructura hegemónica. Por ello, para nuestra institución la interculturalidad no es un tercer espacio o la construcción de un mundo armónico, homogéneo y mestizo, en todo caso, la interculturalidad es la capacidad de imaginar y construir una sociedad postcolonial y postcapitalista que no permita la subalternización cultural a nombre del reconocimiento y respeto a la diversidad.